martes, 26 de junio de 2018

Manual contra la dominación simbólica

Karl Kraus!realiza un acto bastante heroico, que consiste en cuestionar el mismo mundo intelectual. Hay intelectua les que cuestionan el mundo, pero muy pocos son los que cuestionan el mundo intelectual. Esto se entiende si pensamos que, paradójicamente, resulta más arriesgado por que allí se hallan nuestras apuestas y porque los demás lo saben y se apresurarán en recordarlo en la primera ocasión, atacándonos con nuestros propios instrumentos de objetivación. Además, esto obliga a subir a escena -como se ve en los happenings de Kraus- y por lo tanto a compro meterse personalmente. Teatralizar nuestra acción, como hacía Kraus, dramatizar nuestro pensamiento, es algo muy distinto a escribir un artículo especializado que enuncia inabstracto cuestiones abstractas. Se requiere una suerte de coraje físico, quizás cierto exhibicionismo, talento actoral ydisposiciones que no están inscritas en el habitus académico. Pero también hace falta tomar riesgos, porque cuando uno se expone no sólo se compromete en el sentido banal -sartreano- del término, es decir en el terreno de las ideas políticas, sino que se involucra a sí mismo, en toda su persona y sus propiedades, y por consiguiente hay que estar preparado para recibir respuestas o choques. No se trata de leer ponencias, como en la universidad, sino de "exponerse", lo cual es muy distinto: los académicos exponen mucho en los coloquios, pero se exponen poco. Hay que atenerse a ataques personales -¿acaso Kraus no fue acusado de antisemitismo?-, ataques ad hominem destinados a destruir en su principio, en su integridad, su veracidad y su virtud a aquel que, mediante sus intervenciones, se erige en reproche viviente y es en sí mismo irreprochable.

¿Qué es eso tan terrible que hace Kraus para suscitar semejante furor? Todos los periódicos se pusieron de acuerdo en callar su nombre, aunque eso no lo protegió de la difamación. Lo esencial del programa krausiano reside en la siguiente frase: "E incluso si cada día no hice otra cosa que copiar y transcribir textualmente lo que hacen y dicen, me acusan de detractor". Esta fórmula espléndida enuncia lo que podríamos llamar la paradoja de la objetivación: ¿qué es ese mirar desde afuera, como un objeto o, como decía Durkheim, "como cosas", las cuestiones de la vida intelectual de la que uno forma parte, rompiendo el vínculo de complicidad tácita que se tiene con ellas y suscitando la gitación de las personas así objetivadas y de todos aquellos que se reconocen en ellas? ¿Cómo funciona esa operación que consiste en volver escandalosa alguna cuestión que ya se vio, se leyó, que se ve y se lee todos los días en los periódicos? Volcar en el papel y mostrar, hacer público lo que generalmente sólo se dice en el secreto del murmullo, a media voz, como las pequeñas naderías de la vida universitaria, editorial o periodística, conocida por todos y al mismo tiempo censurada; presentarse como garante en persona y responsable de su autenticidad es quebrar la relación de complicidad que une a todos los que forman parte del juego; es suspender el vínculo de connivencia, complacencia e indulgencia que entablan unos con otros, a título de revancha, y que constituye el fundamento ordinario de la vida intelectual. Es arriesgarse a parecer un grosero indecente que pretende reunir simples chismes malévolos en un discurso supuestamente digno y sabio o, lo que es peor, un entregador. 

Si el recurso de la cita objetivante es inmediatamente señalado y denunciado, es precisamente porque allí se ve una manera de señalar y denunciar. Pero en el caso particular de Karl Kraus los denunciados son los que comúnmente denuncian. En términos más universales, Kraus objetiva a los dueños del monopolio de la objetivación pública. Revela el poder -y el abuso de poder- haciendo volver ese poder contra aquel que lo ejerce, simplemente por una simple estrategia de mostración. Enseña el poder periodístico enfrentándolo con el poder que el periodismo ejerce cotidianamente contra nosotros.

Los periodistas despliegan todos los días ese poder de construcción y constitución de la difusión masiva, por el hecho de publicar o no publicar los temas que surgen hablar de una manifestación o dejarla en silencio, dar cuenta de una conferencia de prensa o ignorarla, resumir de modo fiel o inexacto, deforme, favorable o desfavorable o incluso por el hecho de colocar títulos y leyendas o etiquetas profesionales más o menos arbitrarias, por exceso o por defecto -por ejemplo, la etiqueta de "filósofo"-, por el hecho de transformar en un problema algo que no lo es, o viceversa. Pero pueden ir mucho más lejos, con total impunidad, respecto de las personas o de sus actos.

Podríamos decir, sin exagerar, que poseen el monopolio de la difamación legítima. Las víctimas de las ofensas, en especial las que intentaron aportar pruebas a su favor, saben que no exagero. La cita y el collage consiguen atacar a los periodistas mediante una operación que ellos realizan cotidianamente. Se trata de una técnica irreprochable, ya que en cierta medida es sin palabras. Con todo, los intelectuales y los artistas no siempre están en condiciones de inventar técnicas semejantes. Y uno de los intereses de Kraus es ofrecer una suerte de manual del perfecto combatiente contra la dominación simbólica. Fue uno de los primeros en comprender en la práctica que hay una forma de violencia simbólica que se ejerce sobre los espíritus, manipulando las estructuras cognitivas. No resulta nada fácil inventar y mucho menos enseñar técnicas de self defense en este ámbito.

Karl Kraus ha sido también el inventor de una técnica de intervención sociológica. A diferencia del pseudo-artista que pretende hacer "arte sociológico" cuando en realidad no es ni artista ni sociólogo, Kraus es un artista sociológico que lleva a cabo intervenciones, "acciones experimentales", destinadas a revelar, develar y desenmascarar propiedades y tendencias ocultas del campo intelectual. Es también el efecto de ciertas coyunturas históricas que conducen a algunos personajes a traicionar lo que sus actos y escritos anteriores sólo manifestaban de un modo extremadamente velado; pienso por ejemplo en Heidegger y su discurso de rectorado. Kraus quiere desenmascarar sin esperar la ayuda de los eventos históricos. Para ello recurre a la "provocación", que lleva a la falta o al crimen. La virtud de la provocación consiste en que ofrece la posibilidad de "anticipar", tornando inmediatamente visible aquello que sólo la intuición o el conocimiento permiten presentir: las sumisiones y los conformismos ordinarios de las situaciones ordinarias anuncian las sumisiones extraordinarias de las situaciones extraordinarias. Jacques Bouveresse 2 hizo alusión al famoso ejemplo de las falsas peticiones, verdaderos happenings que permiten verificar leyes sociológicas. Kraus fabrica una falsa petición humanista, pacifista, sobre la cual inscribe la firma de viejos militaristas recientemente convertidos al pacifismo. (Imaginen por un instante lo que hoy podríamos armar con los revolucionarios de Mayo del '68 convertidos al neoliberalismo.) Sólo los pacifistas protestan contra la utilización de sus nombres, mientras que los demás no dicen nada, puesto que obviamente eso les permite hacer retrospectivamente lo que no hicieron cuando hubieran debido hacerlo. ¡Esto es sociología experimental!


Kraus despliega un cierto número de proposiciones sociológicas que son al mismo tiempo morales. (Aquí recuso la alternativa de lo descriptivo y lo prescriptivo.) Siente repulsión por las buenas causas y por quienes sacan provecho de ellas: en mi opinión, es un signo de salud moral enfurecerse contra quienes firman peticiones simbólicamente rentables. Kraus denuncia lo que la tradición llama fariseísmo. Por ejemplo, el revolucionarismo de los literatos oportunistas que -tal como él lo pruebason apenas el equivalente del patriotismo y de la exaltación del sentimiento nacional de otra época. Todo puede simularse, incluso el vanguardismo y la transgresión; los intelectuales que Karl Kraus parodia ya evocan a nuestros "intelectuales de parodia" -como los denomina Louis Pinto-, para quienes la transgresión -fácil, frecuentemente sexual- es la regla, así como todas las formas de conformismo del anticonformismo, de academicismo del antiacademicismo, que se han puesto tan de moda en el París mediático-mundano. Tenemos intelectuales astutos, incluso perversos, semiólogos convertidos en novelistas como Umberto Eco o David Lodge, artistas que introducen trucos cínicos, procedimientos inspirados en creaciones vanguardistas anteriores, como Philippe Thomas, que hace firmar sus obras por coleccionistas y que tarde o temprano será imitado por otro que hará firmar las suyas por los mismos coleccionistas. Y así sucesivamente, hasta el infinito. Kraus denuncia también todos los beneficios intelectuales ligados a lo que llamamos "envíos de ascensor" y a los mecanismos de la economía de los intercambios intelectuales. Prueba que la regla del toma y daca imposibilita cualquier crítica seria y que los directores de teatro no se atreven a rechazar una pieza de un crítico poderoso como Hermann Bahr, que de este modo puede encontrar un lugar en todas las salas.

Nosotros tenemos algo equivalente en los críticos literarios por los que los editores se pelean o a los cuales confían la dirección de una colección; podría dar ejemplos detallados de increíbles "envíos de ascensor" en los cuales pueden entrar en juego puestos universitarios. Si nos identificamos con Kraus es porque las mismas causas producen los mismos efectos. Los fenómenos observados por Kraus tienen su equivalente en nuestros días. En cuanto a saber por qué hay algunos -escritores, artistas de todos los países pero principalmente de Alemania- a los que nos interesa recordar a Kraus, eso es un tema más complicado. Ocupamos una posición y aquello que amamos está ligado a ella. Debemos tratar de comprender la perspectiva de Kraus dentro de su universo para percibir aquello que se parece a la nuestra. Tal vez intervenga el hecho de que fue un intelectual a la antigua, formado a la antigua, que se sintió amenazado por intelectuales nuevos: por un lado los periodistas, que en su opinión no eran más que la encarnación de la sumisión al mercado; por otro lado los intelectuales de burocracia, y de burocracia de la guerra, intelectuales de aparato, de partido, que en su batalla jugaron un rol importante. Contra él se presentaba la alianza de los apparatchiks y los periodistas. Y en eso también, mutatis mutandis, hay muchas analogías con la actualidad. Los límites entre el campointelectual y el ámbito periodístico estaban camino a desdibujarse y las relaciones de fuerza entre ambos campos se iban modificando, con el ascenso en número y en peso simbólico de los intelectuales "mercenarios", directamente sometidos a las restricciones de la competencia y el comercio. El hecho de que reivindiquemos a Kraus se vincula sin duda con una afinidad de humor. Pero podemos preguntarnos si acaso para ser mínimamente "moral" hay que estar de mal humor, sentirse mal en la propia posición, en el universo en que uno se encuentra y por lo tanto estar contrariado, asombrado o escandalizado por cuestiones que todo el mundo considera normales o naturales, y privado de los beneficios del conformismo que corresponden a quienes se acomodan espontáneamente. Pero la debilidad de Kraus -y de toda la crítica de humor-, es que no da cuenta de las estructuras; percibe los efectos, los señala con el índice, pero no aprehende su principio. No obstante, la crítica de los individuos no puede constituirse en una crítica de las estructuras y de los mecanismos -que permite convertir las malas razones del humor en la razón meditada y crítica del análisis. Con todo, el estudio de las estructuras no conduce a despojar a los agentes sociales de su libertad. Poseen una pequeña parte de ella, que puede aumentar a través del reconocimiento de los mecanismos en los cuales están inmersos. Por tal motivo, los periodistas se equivocan al tratar el análisis del periodismo como una "crítica" de éste, cuando en verdad deberían ver allí un instrumento indispensable para acceder al conocimiento de las restricciones estructurales en las que se encuentran.

La sociología no invita a moralizar sino a politizarse. Puesto que arroja luz sobre los efectos de estructura, esparce grandes dudas sobre la deontología y sobre todas las formas de pseudo-crítica periodística del periodismo, o televisiva de la televisión, que sólo son muchas de las tantas maneras de subir el rating y dormir tranquilo, dejando las cosas tal como estaban. De hecho, invita a los periodistas a encontrar soluciones políticas, es decir a buscar, en el mismo universo, medios para luchar con las herramientas de ese universo para dominar los instrumentos de producción, contra todas las limitaciones no específicas que se les imponen. Esto puede lograrse mediante la organización colectiva, creando -principalmente gracias a Internet movimientos internacionales de periodistas críticos y reemplazando la "deontología" verbal de la que todo el tiempo hablan algunos periodistas por una verdadera deontología de acción o de combate en y por la cual los periodistas denuncien como Kraus, en tanto periodistas, a los periodistas que destruyen la profesión (Bourdieu 2002: 51-58).

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